El evento estaba, como siempre, marcado a fuego en el calendario. Un año más, el Disneylandia del metal europeo, el abusón de los festivales del viejo continente, el Hellfest Open air, suponía una cita ineludible para servidor, así como para los miles de “festivaliers” que de nuevo agotaron todos los abonos en solo unos minutos, meses antes de su celebración y sin conocer ni una banda de las que actuarían en el festival. Ni el cambio de fechas de esta edición (una semana más tarde de lo habitual, entendemos que para asegurar la disponibilidad de los cabezas de cartel) nos hicieron dudar ni un minuto acerca de nuestra asistencia. La confianza y fe depositadas en la organización tras su sobresaliente desempeño edición tras edición, hace que no necesitemos ya razones para planteárnoslo: si Hellfest ocurre, allí intentaremos estar para vivirlo en primera persona.
Para muchos, Hellfest es la experiencia de una vida, y no cabe duda de que desde la organización se preocupan de que así sea: un line-up espectacular (de nuevo a nivel top europeo), una logística cuidada para asegurar que un evento de semejante tamaño transcurre sin grandes incidencias, una estética preciosista, sobrecogedora y sorprendente, y sobre todo un innegable interés y voluntad de mejorar y crecer año tras año por parte de la organización. Los que llevamos desde hace más de una década asistiendo a Hellfest, hemos sido testigos de la evolución: cómo se ha transformado de un festival notable, instalado en la zona alta de la oferta europea, a la referencia absoluta a nivel mundial en cuanto a calidad, cantidad y medios.
Como siempre, contamos con un cartel para todos los gustos, un mosaico sonoro que cubre todo el espectro rock – metal – punk y sus derivados en seis escenarios temáticos, cuatro días de música y un total de más de 160 bandas de todos los tamaños y filosofías. Desde el mainstream absoluto de Foo Fighters o Metallica hasta el oscuro culto de bandas como Wormrot o Nakkeknaekker. Desde las melodías irish punk de Dropkick Murphys hasta el ruidismo jazz de los noruegos Shining. Desde la pesadez de High on Fire hasta las virguerías neoclásicas de Yngwie Malmsteen. Muchos géneros encontraron su hueco este año en el line-up: Industrial, black metal, psychobilly, hardcore, heavy metal, pop rock, hip hop, hard rock, grindcore… Echar un vistazo al cartel es inevitablemente encontrar un buen puñado de grupos que todo oyente medianamente abierto de miras pueda disfrutar en mayor o menor medida.
Aparte de la sobresaliente oferta musical, Hellfest ofrece todo la necesario para que la experiencia sea inmejorable: el mayor “metal market” de merchandising del mundo, una extensa y variada oferta gastronómica, bares y hostelería diversa para asegurarse que no falten refrigerios para su público, tiendas de instrumentos musicales, comercios de ropa, stands promocionales de diverso tipo… ¡hasta una barbería o un salón de tatuajes! El concepto “feria rock” en su más amplio sentido cobra vida en Hellfest. Divertimento y felicidad durante cuatro días para todo hijo de vecino que guste mínimamente de la cultura rock y sus derivados.
En la parte menos luminosa de esta edición, hay que comentar que, especialmente en la jornada de sábado (encabezada por Metallica) la sensación de sobreaforo y de “petazo” en ciertas zonas del recinto era más que evidente. Algunas partes de este, como el pequeño acceso al escenario Valley desde la zona “forestal” del festival y que a la postre supondría varios atascos durante el mismo, la acumulación de gente en la zona de catering en el escenario Valley, así como las enormes colas formadas en los “meaderos” y para acceder al merchandising oficial, hacen ver que de cara a 2025 las cabezas pensantes tienen que replantearse la distribución y dimensiones del mapeado en ciertos puntos del mismo. Esperemos que tomen nota.
Sin más dilación, entramos a analizar lo que buenamente dio de sí para servidor la parte musical de Hellfest, que al fin y al cabo es a lo que vinimos. Como imagináis, los solapes de bandas son una constante en este festival y la necesidad de tomar decisiones dolorosas y el posterior “picoteo” de escenarios en función del momento e inspiración es inevitable, por lo que en este texto hemos cubierto lo que buenamente pudimos ver más que lo que realmente hubiéramos querido. Sea como sea… ¡Se abren las puertas del infierno!
Texto Jose Mora y fotos Jaime Garcia Perez
Texto Jose Mora y fotos Jaime Garcia Perez
Desde los primeros compases del festival, el ambiente era de celebración. El respetable no tenía miedo a las altas temperaturas ya que pocos minutos después de la apertura de puertas el recinto estival ya lucía un aspecto estupendo. Comenzamos la jornada con Asinhell, una gran oportunidad para ver como Michael Poulsen de Volbeat se desenvuelve en su “vuelta a las raíces” con este proyecto de death metal old school junto a Marc Grewe de Morgoth. Un inicio sólido, con un sonido más que aceptable, tal vez con más actitud y ganas que pulcritud, pero que supuso un buen primer mordisco al pastel musical que nos esperaba para los próximos días. Nada mal para empezar.
Quisimos tampoco perder la oportunidad de ver un buen rato a los singapurenses Wormrot, banda de culto del grindcore que dieron buena cuenta de su slot con un set visceral, caótico y salvaje que no dejó indiferente a nadie.
Seguimos la jornada con el death metal clásico de los legendarios Immolation, que no decepcionaron a los que teníamos hambre de metal extremo desde el comienzo del festival.
A estas alturas ya habíamos pisado tres escenarios distintos y era hora de visitar el Valley para presenciar el show que los británicos Green Lung tenían preparados. Había mucha anticipación y curiosidad por ver como se desenvolvían sobre las tablas, y su show fue una masterclass de heavy metal clásico con espíritu stoner doom (¿o stoner doom con espíritu heavy metal clásico?), con mucho material de su último disco “This Heathen land” y en el cual pudimos disfrutar una banda en estado de gracia. De lo mejor del festival. Habrá que seguirles de cerca en el futuro.
Mientras que Babymetal ponían el main stage a bailar con su fusión de metal con melodías de carácter y color J-pop, la noruega Sylvaine nos ofrecía en el Temple stage un delicado show a medio camino entre el shoegaze y el black metal que hizo las delicias de los seguidores de bandas como Alcest. Muchos no sabían qué esperar del concierto y quedaron francamente sorprendidos con lo onírico de su propuesta.
Seguidamente, Dave Mustaine y sus Megadeth ofrecieron lo que ya viene a ser un set “estándar” del cuarteto: intachable a nivel musical, pero muy limitado por las capacidades vocales de MegaDave. Buen set, con casi todos los clásicos esperados para un concierto de festival (aunque esta vez no hubo sitio para “Hangar 18”), buena actitud y sonido notable, mermados por un Mustaine que cada día sufre más defendiendo su propio repertorio.
A continuación, uno de los shows imprescindibles de la jornada para un servidor: los noruegos Shining interpretaban su seminal álbum “Blackjazz” al completo en el que suponía probablemente el concierto más avantgarde y experimental de todo el festival. Mientras que los que somos entusiastas de su propuesta disfrutamos cada minuto del repertorio, su cruce de industrial, jazz, noise y metal extremo también agotó mentalmente a unos cuantos curiosos que tuvieron a bien probar suerte con otras propuestas. Su loca versión del “21st century schizoid man” de King Crimson para cerrar su set, probablemente uno de los momentos mas extremos de todo Hellfest 2024.
De vuelta al Valley, All Them Witches tuvieron que capear algunos problemas técnicos en un show en el que empezamos a notar los primeros síntomas de congestión en dicho escenario, que a la larga se quedaría pequeño (especialmente sus accesos) varias veces durante el festival. Centraron su set en su cara más psicodélica y bluesie, y tal vez les faltó algo más de ritmo para lo que requería el escenario y el momento. Ojalá los pillemos en el futuro en otras condiciones.
A su vez, los germanos Sodom ponían patas arriba el Altar Stage con su thrash metal cien por cien europeo. Los de Tom AngelRipper hicieron lo suyo: llegar, echar un vistazo, patear culos en base a trallazos metaleros a la cabeza e irse con la satisfacción del trabajo bien hecho. No los veía en directo desde 2016, y no cabe duda de que la maniobra de reconvertirse de trío a cuarteto en 2019 les ayudó a potenciar sus virtudes y minimizar sus carencias. Rejuvenecidos.
También a su vez, Avenged Sevenfold ejercían de cabeza de cartel de la jornada presentando el que probablemente sea el álbum más interesante y arriesgado de la banda en muchos años. Otra vez será. Como comentábamos, las benditas e inevitables coincidencias del Hellfest.
Mientras que los himnos de Dropkick Murphys hacían correr la cerveza en cantidades industriales para cerrar el escenario principal.
Las últimas fuerzas que nos quedaban las dedicamos a ver unos cuantos compases de Cradle of Filth, que estaban sonando francamente bien. Seguro que sus simpatizantes quedaron más que satisfechos. Para nosotros era tiempo de descanso ya que aún nos esperaban tres jornadas más de música en Clisson.
Texto Jose Mora y fotos Jaime Garcia Perez
Con un sol de justicia sobrevolando Clisson, comenzamos la segunda jornada de festival viendo en el mainstage a los australianos Karnivool. Estaba claro que el slot, en torno a las 15 horas, no era el mejor para su sonido tan ambiental, pero supieron capear la situación y conectar con los que realmente sabían lo que venían a ver.
Tras ellos, los franceses Klone jugaban en casa y entre su buena legión de seguidores y que la carpa del escenario Altar era una muy buena opción para escapar de los calores, se cascaron uno de los shows más memorables de la jornada. Progresivo, art rock, metal… llamémosle como queramos, saben lo que hacen y lo hacen genial, por lo que no les fue difícil meterse al respetable en el bolsillo. Tardarán en olvidar ese concierto.
De vuelta al mainstage, queríamos ver como los Fear Factory post Burton C Bell se defendían sobre las tablas. Una banda en la que históricamente las relaciones personales entre sus miembros han sido altamente volátiles, y con Dino Cazares ejerciendo ya de amo y señor de la marca comercial, tardamos poco en confirmar que la formación que el guitarrista se ha montado está a la altura del nombre que portan. Con el batería Mike Heller (Raven, Malignancy), el bajista Tony Campos (Static X) y el hasta hace poco desconocido Milo Silvestro a las voces, la banda cumplió con nota en un set no muy largo, pero en el que no faltaron los clásicos necesarios (“Demanufacture”, “Edgecrusher”, “What Will become”, “Replica”, “New breed”…) sonando mejor de lo que habían sonado desde hace mucho tiempo gracias a las voces de Milo, el cual no falló ni una nota y al que si cerrábamos los ojos podíamos confundir momentáneamente con el mejor Burton C Bell. Un acierto su adición a la banda.
El día seguía, y nos generaba mucha curiosidad ver el tipo de set que Einar Solberg de Leprous nos iba a ofrecer para su show en solitario. Si bien no cayeron temas de su banda madre como algunos esperaban, el vocalista mostró su cara más íntima con un concierto a base de temas exclusivamente de su álbum “16”. Pop alternativo, bases electrónicas, coqueteos con el soul y el r&b… estaba claro que Einar había venido a hacer lo suyo, y a hacerlo tan bien como siempre a pesar del descoloque generalizado del público metálico más purista. Ya sólo por escucharle dar rienda suelta a sus capacidades vocales mereció la pena. Estuvo muy, muy bien.
Cambio de tercio, y es que los alemanes Kanonenfieber y su black metal con temática de la primera guerra mundial están creciendo a pasos agigantados, por lo que no quisimos perdernos su debut en el festival francés por excelencia. Mucha escenografía, buen sonido y ejecución, y en general un gran concierto de una banda llamada a grandes cosas.
Tras ellos, el Stoner buen rollista de los griegos 1000Mods funcionó a la perfección para destensar las articulaciones antes de que entrásemos en las “horas nobles” de la jornada.
Desde el primer momento teníamos claro que no queríamos perdernos el directo que Satyricon tenían preparado. Satyr y Frost, con una banda muy sólida (temporalmente con Frank Bello de Anthrax al bajo, de hecho), centraron su set en mucho material de sus últimos discos de estudio, los más “black ‘n roll”. Tal vez decepcionó a los que esperaban un set revisitando el black metal mas crudo y arquetípico de sus primeros álbumes, pero sin duda ofrecieron un concierto muy competente y entretenido.
Tras ellos, tocaba disfrutar de Acid King, una de esas bandas que no se prodigan en demasía por los escenarios españoles, y que surgieron cuando el “Stoner doom” no era un género como tal y en un momento en el que no era habitual ver grupos de rock liderados por una frontwoman como Lori S. Mucha actitud, sonido pantanoso y un concierto que merecerá la pena recordar en un futuro.
Mientras que Machine Head encabezaban el día en el mainstage y opositaban a tomar el relevo de los clásicos ante su inevitable jubilación (y por los comentarios de la gente lo hicieron con galones).
Nosotros decidimos sumergirnos en el Temple stage para ver el show de los noruegos Emperor. Ihsahn y sus chicos son apuesta segura, y aunque ya les hemos disfrutado varias veces en este mismo festival, siempre es un gustazo ver la profesionalidad y el respeto con los que la banda revisita el material que les convirtió en referencia de su género. Impecables, como siempre.
Tras ellos, Daniel Gildenlow y sus Pain of Salvation cerraban el escenario Altar. No fue la mejor noche del quinteto, con muchos problemas técnicos con la guitarra de Daniel durante la primera mitad del set y que les llevaría a tener que recortar un poco el mismo. Las voces tampoco lucieron a su mejor nivel, pero siendo conscientes de que no estaban especialmente cómodos con todas las circunstancias, la banda tiró de galones y de repertorio (basado especialmente en sus dos últimos discos de estudio, “Panther” e “In the passing light of day”) para remontar el vuelo. Se habría agradecido algo más de material clásico, pero ese “Beyond the pale” que usaron para cerrar nos dejó con un buen sabor de boca para los últimos compases del día, los cuales disfrutaríamos en el main stage.
Reconvertido ahora en bacanal electrónica por The Prodigy. Con un sonido realmente acogedor y un set visual muy potente a base de estrobos, luces y lásers variados, la banda quiso tributar al difunto Keith Flint en más de una ocasión, tocando justo en la vena nostálgica de muchos de los presentes. No fue mal fin de día, no.
Texto Jose Mora y fotos Jaime Garcia Perez
Como comenté en el texto introductorio, la jornada del sábado sería a la postre la mas multitudinaria del festival, viéndose también empañada (literalmente) por la lluvia que acechó al recinto a primera hora del festival y en toda la recta final del día. No obstante, la meteorología no fue excusa para quedarnos a medias y era obvio que la gente había venido a disfrutar de la música, ya sea con sol, truenos o con lo que pudiera venir.
Uno de los sets más emotivos del día fue el del trío belga Brutus. Con su batería / cantante Stefanie notablemente conmovida por la ascensión imparable del combo tras sólo tres discos, reflejada en el llenazo absoluto que presentaba el Valley, la banda desgranó un emocionante set a base de su personal mezcla de post hardcore y rock alternativo. La consagración de una banda llamada a seguir congregando masas en un futuro.
A continuación, nos dejó un gran sabor de boca el directo que Mammoth WVH, la banda de Wolfgang Van Halen, descargaron en el mainstage. Si bien tienen la suerte de tener ciertas puertas abiertas por ser hijo de quien es, el bueno de Wolfgang no quiere apropiarse del éxito de su padre y parece decidido a hacer de Mammoth algo cien por cien suyo, con una banda que sonaba de miedo y una propuesta muy molona en forma de un rock contemporáneo de muchos kilates. No sólo estuvo intachable a las seis cuerdas, si no también impecable a las voces. Es obvio que Wolfgang ha heredado buena parte del talento de su progenitor. Seguiremos su evolución en el futuro.
El hard rock con sentimiento funk de los americanos Extreme era también uno de los platos fuertes del main stage para esta jornada. Tal vez habría sido buena idea prescindir del solo de Nuno Bettancourt o del miniset acústico que la banda hizo durante su concierto teniendo en cuenta la limitación de minutaje y las circunstancias del show, pero compensaron con los clásicos demoledores como “It’s a Monster”, “Get the funk out” o la inevitable “More than words”. Siguen en buena forma.
Tras ellos, y como si fuera premonitorio, fue salir Chelsea Wolfe al escenario del Valley y la lluvia empezar a caer sobre nuestras cabezas. Su oscura propuesta generó un estado hipnótico generalizado del cual era difícil escapar, con o sin lluvia. Fue desgranando un set tremendamente bello, alternando momentos mas densos o metálicos con otros de puro espíritu gótico-electrónico para tenernos a todos embelesados durante la hora de set de la que disfrutó. Se notó que hay verdadera devoción por ella en estos lares.
El concierto por excelencia de esta edición del festival para el que escribe estas líneas era, sin lugar a duda, el de Mr Bungle. Una oportunidad única para presenciar el último concierto de la era “Raging Wrath of the easter bunny” de la banda (¿o puede que el último en general?), para el que ni la incesante y potente lluvia impidieron que la bizarra celebración thrash que suponía su show decayera por un minuto. Los miembros originales Mike Patton, Trevor Dunn y Trey Spruance cerraron su formación con las leyendas Scott Ian (Anthrax) y Dave Lombardo (Slayer) para dar forma a un line-up de ensueño y demostrar al planeta metal que 38 años después de la grabación de su primera demo, siguen siendo capaces de pasarse por la piedra a cualquier banda de metal que se les ponga por delante. Un torbellino de enrevesado y acelerado thrash, una inclasificable demostración de locos riffs en base a temas propios, varios troleos en forma de inesperadas versiones “pop” reconvertidas desde el prisma Bungle, y un montón de guiños a artistas como S.O.D (“Speak FRENCH or die”), el “Territory” de Sepultura con el propio Andreas Kisser como invitado, la intro de “Hell awaits” de Slayer, o el “Loss of control” de Van Halen con su hijo Wolfgang clavando el solo del tema. Épico a todas luces, y ya sólo esta hora de set justificó el viaje a tierras galas.
Era ahora uno de los momentos estelares del festival. ¿Ver a la banda de metal más grande del mundo en probablemente el festival de metal más grande del mundo? Contad conmigo. Ellos son Metallica y su impacto cultural va más allá del rock o el metal, son historia viva de la música, muchos empezamos escuchando los estilos más duros con ellos y al menos servidor tenía claro que había que presenciar su actuación esa noche. El comienzo del concierto, demoledor y tirando de clásicos infalibles: “Creeping death”, “For whom the bell tolls”, “Hit the lights” y “Enter Sandman” formaron el póker de arranque con el que Metallica quisieron marcar territorio en un enclave tan especial como es Hellfest. El sonido, producción y puesta en escena, imponentes y al alcance de sólo super producciones como la de los californianos. El eterno James Hetfield sigue en plena forma y lleva el peso del show con sus riffs, su carisma y su comunión con la audiencia. Robert Trujillo da a la banda la solidez rítmica de la que en muchos momentos Lars Ulrich adolece. Kirk Hammett ejerce de escudero a las seis cuerdas, alternando momentos de brillantez en los solos con algunos errores sorprendentemente infantiles en los mismos, tal vez por la falta de “tensión” en escena. La sensación al ver al cuarteto es, en cierto modo, de que dos de ellos sostienen musicalmente al grupo mientras que los otros dos sólo buscan “cumplir”. Aunque hubo un tramo de concierto un poco más irregular entre material extraído de su último redondo “72 seasons”, el habitual “doodle” de Kirk y Robert, y algún interludio e intro innecesarias, no tardó la cosa en alzar el vuelo con temas históricos como “Orion”, “Sad but true”, “One”, “Master of puppets”… la inevitable retahíla de clásicos imperecederos que, si bien hoy en día no tienen toda la garra y actitud de sus versiones originales, siguen siendo himnos que funcionan a la perfección en directo. Probablemente no fue el mejor concierto de Metallica, ni el mejor de esta edición de Hellfest, pero recordaremos con cariño la noche que “the four hoursemen” tomaron Clisson a base de canciones que son historia de nuestro rollo.
Texto Jose Mora y fotos Jaime Garcia Perez
Última jornada de festival y estaba claro que, aunque físicamente ya lleváramos la carga y el cansancio acumulado de tres días de música en directo, íbamos a exprimirnos hasta el último momento para seguir disfrutando de la experiencia Hellfest.
Nosotros preferimos comenzar el día con los griegos Yoth Iria. Nos esperaba un directo de black metal crudo, muy potente a nivel musical pero totalmente deslucido por el estado de embriaguez y sobreexcitación de su vocalista y frontman, que desde el primer momento estuvo mas pendiente de celebrar entre el público y ofrecer show que de sus labores musicales. Pasamos página.
En el main stage, los suecos Blues Pills demostraron que ningún escenario se les queda grande a estas alturas. Si bien en disco no tengo la sensación de que nos dejen material memorable, en directo es innegable que sus canciones funcionan muy bien, y su aparición en el cartel a última hora para reemplazar a Heart por problemas de salud fue sin duda muy positiva para ellos.
Frank Carter junto a sus “Rattlesnakes” también sabe a la perfección qué hacer para tener a la audiencia enganchada. Mucha interacción, buenos temas de rock alternativo con esencia punk hardcore, y un concierto muy visceral que le situó como uno de los vencedores morales de la jornada.
A su vez, los belgas Wiegedood, con su intensísimo black metal, demostraron que no hace falta tener bajista para sonar gruesos y agresivos. Son una de las bandas de referencia de la nueva hornada del género y con merecimientos propios.
Toda la pasión que nos habían generados los belgas contrastaba con la sensación general de “desapego” que nos ha generado la marca Batushka tras tanta confusión, demandas, cruces de comunicados y líos relacionados a la propiedad de la banda y el nombre de la misma. El suyo fue un directo muy pulcro a nivel musical, esteticamente muy llamativo y sin nada realmente negativo que comentar, pero con la sensación de que “no es lo mismo” comparado con cuando los vimos hace unos años en el mismo escenario.
Mas interesante nos resultaba la posibilidad de ver a Josh Homme y a sus Queens of the Stone Age en el escenario principal, en el que a la postre sería uno de los mejores conciertos de todo el festival. Desde el principio, contentando a los seguidores de su primera etapa con “Regular John” y “The lost art of keeping a secret” de su primer y segundo trabajo respectivamente, y posteriormente a los que empezaron a disfrutar de la banda al dar el salto masivo con su “Songs for the deaf”. Si bien a nivel de estudio los últimos álbumes, siendo bastante notables, habían perdido algo de la chispa y capacidad de sorpresa de sus primeros lanzamientos, esta claro que en directo la banda funciona a la perfección y suena de miedo. Una formación madura, en su plenitud musical, tal vez sin la intensidad juvenil de sus primeros años pero con el poso y el saber hacer de una banda que entiende el directo como una forma de arte. “Make it wit chu”, “Burn the witch”, “No one knows”, “Go with the flow”… El repertorio fue difícilmente criticable. Un lujo tenerlos en el festival por primera vez.
Por el contrario, una de las decepciones por excelencia de esta edición del festival ocurría al mismo tiempo en el escenario Valley. Crosses †††, el proyecto electrónico / dark wave de Chino Moreno (Deftones) vio su set limitado a unos 15 o 20 minutos debido a problemas técnicos con la PA e instalación sonora del escenario. Había mucha anticipación por disfrutarlos y fue un chasco para miles de “festivaliers”. Un contratiempo que no tuvo solución a estas alturas de festival, ya en la recta final del mismo, y del cual la organización entonó posteriormente en cierto modo el “mea culpa”, comprometiéndose a traerlos de vuelta lo antes posible.
Para acabar nuestro recorrido musical por Hellfest 2024, uno de los shows mas esperados por la audiencia del festival. Foo Fighters no tienden a prodigarse tanto por Europa como su estatus de banda mainstream hiciera esperar, y realmente se notaba que había muchas de ver como Dave Grohl y su equipo se levantaban del golpe que supuso la pérdida de su batería Taylor Hawkins hace un par de años. Con la edición del catártico “But here we are”, la adición del infalible Josh Freese a los tambores para sustituir a Taylor, y la necesidad de seguir predicando su amor por la música sobre todos los escenarios del mundo, Foo Fighters cumplieron todas las expectativas generadas para este concierto. Si una palabra puede definir a Dave Grohl en escena, esa es “hambre”. Lo dejó claro desde el principio, comenzando su slot cinco minutos antes de lo planeado: “Somos una banda con muchos discos así que hoy tocaremos tantas canciones como nos sea posible”. Así, fueron cayendo todos los temas necesarios para convertir Hellfest en una celebración a la música y la vida. “All my life”, “The pretender”, “Walk”, una tremendamente emotiva version del “Times like these”, “My hero”, “Learn to fly”, “Best of you”, “The teacher”… El repertorio se mantiene solo a base de temazos. Dave Grohl se deja la voz y se vacía en cada acorde. El alma y pasión de alguien que no necesita hacer esto por negocio y que lo hace simple y llanamente porque le encanta hacerlo y lo necesita para sentirse vivo. Para algunos serán muy comerciales, los considerarán poco auténticos o lo que sea, pero no tengo dudas de que en sus dos horas de set no tocaron ni una canción “del montón”. Pocas bandas pueden presumir de lo mismo. Memorable.
Y así terminó un año más nuestro paso por Hellfest Open Air. Este año, para sorpresa de muchos no hubo fuegos artificiales al acabar el festival, y la organización se limitó a anunciar las fechas de la próxima edición por las pantallas gigantes. No habíamos venido explícitamente por los fuegos, pero era un detalle vistoso para poner el broche a cada edición del evento que este año echamos de menos. Sea como sea, llegaba el momento de despedirnos de Hellfest, físicamente derrotados tras cuatro jornadas de música en vivo, pero tremendamente satisfechos por haber disfrutado una vez más de la experiencia por excelencia de la música rock en Europa. Habrá que seguir viviéndola en primera persona el año que viene. See you in hell!!!